lunes, 24 de julio de 2023

FRANCISCO GARCÍA LARA


 Pulianillas

Granada
Garzón García, Juan José

Mi abuelo Francisco García Lara nació en Castillo de Locubín (Jaén) en 1895. Se casó con Antonia Cano Aguilera y se trasladaron a residir en  La Carrasca de Martos (Jaén). Su trabajo, bracero del campo. Con dos hijos de un mes y tres años, se establecieron en Pulianillas, municipio próximo a Granada, para labrar las tierras de la finca San Antón.

En 1936, con 42 años de edad, mi abuelo era alcalde de Pulianillas. Al comienzo de la sublevación militar franquista, se le conminó a presentarse en el cuartel de la Guardia Civil de Maracena. Se presentó y desde ese momento no supieron nada más de él.

Siendo yo  niño mi madre contaba ―cuando yo le preguntaba por el abuelo― que los sublevados, al entrar en Pulianillas, editaron una proclama asegurando que «todos aquellos que no tuvieran las manos manchadas de sangre, se presentaran ante las autoridades, pues no tenían nada que temer». Según contaba mi madre, el abuelo se presentó en el cuartel de la Guardia Civil… y, desde ese momento, no se volvió a saber nada más de él. Eso es lo único que supe durante mi infancia. Mi madre no decía nada más… se callaba, y no fue hasta más adelante cuando me interesé por conocer la historia de mi abuelo.

Las noticias que llegaron, mucho tiempo después, decían que tras su detención, cuando se procedía a su traslado desde el calabozo de la Guardia Civil de Maracena, mi abuelo se tiró del camión en un intento de huida, siendo alcanzado por las balas de los guardianes. Permaneció oculto y herido en un maizal perteneciente al denominado «Cortijo de la Mona» de Maracena. Dicen que ahí fue ayudado con comida y por ello pudo subsistir durante más de un mes, pero finalmente la gravedad de las heridas, el hambre y el frío le obligan a salir al camino, donde volvió a ser detenido.

Su esposa, mi abuela, intentó conocer lo que había sucedido. Las autoridades le dijeron que se encontraba herido en el Hospital de San Juan de Dios de Granada, pero se le prohibió acudir a visitarlo. Diariamente iba al hospital a preguntar por él, hasta que un buen día le comunicaron que había fallecido y que había sido enterrado. Nunca llegó a verlo; nunca pudo despedirse de él; nunca se supo el lugar donde fue enterrado.